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OpinionesEl emperador desnudo: en la Facultad de Odontología pretenden suprimir la materia Ética para acortar la carrera

Es por demás significativo que en una Argentina como la actual, con una profunda crisis ética y moral, en un mundo que exige jerarquizar una formación holística y humanitaria, en una profesión del área de la salud —espacio en el cual se trata de un ser humano ayudando a otro ser humano— se esté planteando hacer desaparecer la ética del cuidado del otro y la necesaria comprensión holística del paciente.

Parece que, en algún momento de la historia reciente de la Facultad de Odontología de Rosario, se perdió de vista el objetivo central de la universidad pública y reformista de formar universitarios genuinos; es decir, ciudadanos plenos, comprometidos con la realidad en un marco ético insoslayable para mejorar la calidad de vida de la sociedad y liderar las corrientes de opinión.

Desde una gestión confusa e inexplicablemente burocratizada y fuertemente autoritaria se está trabajando nuevamente de la peor manera para regresar al perfil profesional, técnico y desconectado de la realidad retrasando el reloj más de cuarenta años y que tanto daño le hizo en el pasado a nuestros graduados y a la institución toda.

Es cierto que esta línea de acción no es nueva y era fácil de prever cuando desde hace ya varios años la Facultad fue cayendo en una forma de conducción que privilegia la obtención del poder por el poder mismo y no como un instrumento de transformación colectiva.

Aún existe un instrumento que fue diseñado para que discuta y corrija estos posibles desvaríos de alguna autoridad coyuntural: el Consejo Directivo de la facultad. El problema es que ese maravilloso instrumento de construcción colectiva, a lo largo de los años, se fue deliberadamente transformando en un instrumento formal y vacío que protocoliza las decisiones de la autoridad unipersonal, donde no existe el debate, en el que los miembros (docentes, no docentes, estudiantes y graduados) llegan a las reuniones sin el material de los temas a tratar y se ven sistemáticamente sometidos a decisiones que no comparten aprobando a libro cerrado resoluciones de las que sólo escuchan el número del expediente. Un Consejo Directivo al que no le llegan las notas con propuestas o análisis de cuestiones académicas y de gestión que —remitidas a su presidencia— quedan varadas en el despacho de la autoridad unipersonal porque quien ocupa el sillón no tolera el disenso.

Ante este nuevo e incomprensible intento de seguir desconectando la Facultad de sus fines más caros y de sus objetivos específicos y antes que el daño sea realmente irreparable, permítaseme recordar —para aportar a la reflexión— un experimento científico con el ánimo de contribuir a una toma de conciencia de nuestra responsabilidad de todo lo que ocurre en la institución.

La banalidad del mal 

Es un concepto acuñado por Hannah Arendt que describe cómo un sistema político puede trivializar incluso el exterminio de seres humanos cuando se realiza como un procedimiento burocrático ejecutado por funcionarios incapaces de pensar en las consecuencias éticas y morales de sus propios actos. Sus reflexiones invitan a pensar e interpretar la sociología del lenguaje autoritario. En la década de 1960, Stanley Milgram, académico de la Universidad de Yale, llevó a cabo una serie de ensayos que demostraron que, sometidos a las órdenes adecuadas, somos capaces de dañar a nuestros semejantes sin contemplaciones. El libro en el que Milgram resumió su trabajo es Obediencia a la autoridad (Milgram, S.; 2016. Capitán Swing). Milgram arrancó sus experimentos en julio de 1961, tres meses después de que Adolf Eichmann fuera juzgado y condenado a muerte por crímenes contra la humanidad. Aquel nazi que había planeado, profesional y puntillosamente, el genocidio de varios millones de judíos se parapetó durante el proceso en una defensa numantina: sólo era un mandado, hizo lo que le ordenaron. Su juicio corroboró el concepto de banalidad del mal, “o cómo seres normales —y a priori poco amenazantes— pueden ejecutar monstruosidades sin nombre expuestos a directrices perversas que no osan discutir. Estos resultados nos presentan la posibilidad de que es posible quebrar los límites morales cuando se antepone el poder que deviene de un orden impuesto burocráticamente por una autoridad corrupta e inmoral. Basta una llamada desde el despacho supremo instalando órdenes que emanan de una persona con un cargo de gestión, y ahí tendremos a quienes serán conducidos a realizar lo que fuere sin objeciones morales porque la orden fue emitida por el supremo poder.

Milgram realizó un simple experimento en la Universidad de Yale para probar cuánto dolor infligiría un ciudadano corriente a otra persona simplemente porque se lo pedía un experimento científico. “La férrea autoridad se impuso a los imperativos morales de los sujetos”, así resumió Stanley Milgram los desalentadores resultados de su experimento. En todos los casos estudiados y en la réplica de este experimento por otros investigadores con una población diferente se puso en evidencia que los sujetos responden con una obediencia acrítica sin que se interpongan diques éticos.

De ese modo, se va construyendo un espacio social en el que priva la díada orden-obediencia haciendo que los principios éticos y los resguardos morales se erosionen hasta simplemente desaparecer. Lejos de suprimir un espacio curricular de fundamental importancia, es urgente e imprescindible no sólo mantener abierta la reflexión sobre esos principios y construir ámbitos en los que sea posible promover el debate sobre la ética universitaria y profesional en los nuevos contextos socioculturales sino ampliar el desafío instando a toda la comunidad universitaria de todas y cada una de las unidades académicas para multiplicar el alcance de esta temática y por qué no promover su análisis en el campo universitario nacional.

Vaya pues esta opinión para abrir el debate, en primer lugar, en la propia Facultad de Odontología de la UNR cuyas autoridades, sin mediar debate público, profundo y amplio, tienen en su agenda la supresión lisa y llana de la ética para acortar la carrera. Como es habitual, el hilo se corta por lo más delgado; y, en este caso, lo más delgado parece ser la ética. Con ello se dará un paso más en el camino que lleva al escenario que ha advertido el filósofo español José Antonio Marina Torres cuando dijo “Estamos educando generaciones éticamente ignorantes y por tanto irresponsables”. No podemos sino convocar el Manifiesto Liminar de la Reforma Universitaria: “El chasquido del látigo sólo puede rubricar el silencio de los inconscientes o de los cobardes (…) queremos arrancar de raíz en el organismo universitario el arcaico y bárbaro concepto de Autoridad que en estas Casas es un baluarte de absurda tiranía y sólo sirve para proteger criminalmente la falsa dignidad y la falsa competencia”.

  • El autor es profesor, ex decano de la Facultad de Odontología y ex rector de la Universidad Nacional de Rosario